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jueves, 10 de junio de 2010

Volver a las andadas.

En enero de 1993 jura su cargo como presidente de EEUU Bill Clinton.
Steven Spielberg, produce y dirige dos películas impactantes, totalmente distintas una de otra: "Parque Jurásico" y "La lista de Schindler".
En España, es reelegido Felipe González como presidente del gobierno, tras ganar las elecciones, en la que sería su última legislatura.
Y nosotros como no escarmentamos, volvemos a las andadas.
Ferran, después de la crisis, vuelve a criarse sin problemas, salvo algún episodio menor de colitis, síntoma residual de la intolerancia padecida, pero parece que lo tenemos más o menos controlado.
Yo he dejado de correr "profesionalmente", pues el horario de trabajo me absorbe bastante, si bien sigo saliendo algún mediodía y los fines de semana, en los que me acompañan Mª José en bici llevando a Ferran detrás en la sillita, quien le empuja con las manos a la espalda, para que pedalee más rápido y poderme ganar: "corre mami, corre que el guanyem", le grita partiéndose el culo de risa.
La tienda funciona por inercia, bueno por la inercia que le dá el empuje de Mª José, pero vaya que está encarrilada.
A mí económicamente me va muy bien en el trabajo y en la empresa estoy muy bien considerado. No obstante los planes de ir escalando dentro de la misma, como por ejemplo llegar a ser Jefe de Ventas, se me han torcido un poco pues ha entrado a trabajar el hijo del gerente y claro . . . pues eso.
El tener la tienda y la vivienda juntas, ya os he comentado anteriormente lo cómodo que se nos hace. Estamos muy contentos con el local pues es muy amplio y céntrico. Afortunadamente, la clientela nos ha seguido por toda Burriana cuando nos hemos ido cambiado de local; ventajas de no tener competencia.
Cerca del local en el que estamos actualmente, Raval 28, hay una finca que, cuando la vemos pasando, aunque está mal conservada, pensamos que nos iría muy bien porque consta de planta baja (para la tienda), entresuelo (para las clases y despacho) y dúplex (para la vivienda). Nos gustaría, pero creíamos que estaba fuera de nuestras posibilidades.
Nosotros estamos totalmente seguros que no dijimos nunca nada a nadie de nuestras ensoñaciones respecto a ese edificio, pero no sabemos cómo, se nos presenta un día el agente de una inmobiliaria ofreciéndonos comprar dicha finca. . .
Mª José y yo nos miramos y le dijimos que claro que nos gustaría, pero que siendo realistas no estaba a nuestro alcance, a lo que nos respondió: " Todo es hablar con los propietarios del precio, pues están dispuestos a vender".
Quedamos en ir a ver todas las dependencias del edificio y tras concertar una cita con los dueños nos acercamos a ver la planta baja, el entresuelo y el dúplex. Realmente estaba muy mal conservado, pero les preguntamos por el precio. En un principio nos pidieron una barbaridad. Cuando nos fuimos el comercial de la inmobiliaria, nos dijo que no nos preocupáramos que podríamos negociarlo si el edificio nos gustaba. En cuanto nos quedamos solos, empezamos a dar saltos Mª José y yo pues pese a sus deficiencias, se le podía sacar mucho partido y ya veíamos el resultado final, tras pasar por nuestras manos, pues nos habíamos convertido en unos expertos en reformas.
Pasados unos días, hablamos con la inmobiliaria y acordamos un precio máximo y unas formas de pago; había una condición: tenía que vender nuestro local, para que pudiéramos comprar el otro.
Quedó en que hablaría con los dueños, pero que no había problema con nuestro actual tienda, pues seguro que se vendería pronto.
Era el momento de sacar la calculadora y hacer nuestros números. Después de sumas, restas y previsiones, llegamos a la conclusión que aún sin vender nuestro local, dando una entrada, podíamos hacer frente a una hipoteca, dejando un resto para más adelante, mediante la firma de unas letras, pues teníamos que emprender reformas para poder trasladar la tienda y ocupar las instalaciones.
Nosotros, después de comer, teníamos por costumbre ir a dar una vuelta con el coche y estacionábamos en la playa, tomando el solecito de invierno y claro, no parábamos de hacer planes de cómo nos quedaría la tienda y la vivienda. Y así iba pasando el tiempo, esperando una respuesta.
El agente de la inmobiliaria, trasladó nuestras condiciones a los propietarios del edificio y transcurridas unas semanas, le dieron la conformidad.
Y dijimos que sí.
Así que volvíamos a las andadas. A las reformas, a los pinceles, a los traslados. . .
A ilusionarnos por un nuevo objetivo.

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