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lunes, 15 de febrero de 2010

Pa fuera telarañas.

En Burriana, estamos de estreno. Después de una gira por varios inmuebles de la ciudad, se inaugura la que será, hasta ahora mismo, la nueva sede de la Casa Consistorial, ubicada en el lugar que ocupaba la misma en los años de la guerra.

En EEUU el tema de la segregación racial, ocupa el espacio político, cultural, incluso deportivo.
Martin Luther King, que ha firmado junto al presidente Lindon B. Johnson la Ley de los Derechos Civiles, recibe el Nobel de La Paz. Sidney Poiter, es el primer actor negro en recibir un Oscar y Cassius Clay, se proclama, con 22 años, campeón del mundo de boxeo de los pesos pesados. Por contra en Sudáfrica, es encarcelado Nelson Mandela, que no saldría libre hasta 27 años después convirtiéndose en un icono de la lucha contra el "apartheid".
Franco, en España, inaugura una nueva campaña, una más, de autobombo, con la escusa de los "25 años de Paz"
Mi padre sigue con su larga recuperación, operaciones para tratar de recomponer lo que de haber sido tratado como debería, no hubiesen hecho que algunas secuelas del accidente, fueran irreversibles. Pero, aunque fueron tiempos duros y difíciles, salimos adelante, acoplándonos a las nuevas circunstancias.
Se celebró el juicio, en el que se declaró culpable al pobre hombre, cuyo único delito fue un despiste, desde luego trágico, después de estar toda la jornada trabajando duramente, para poder subsistir en aquellos duros tiempos, junto con su familia. A mi padre, la compañía aseguradora, le pagó el tratamiento necesario para recuperar en lo posible la normalidad, además de una pequeña pensión y una declaración de incapacidad parcial y permanente.
Así que tocaba volver a levantarse y ponerse a trabajar.
Yo había concluido la enseñanza primaria en el colegio público Cervantes, cursando el 6º y como llevaba dos años de adelanto porque me hicieron saltar dos cursos, 2º y 4º, pude acompañar a mis padres en la nueva aventura fuera de casa. Porque como os he dicho había que seguir y mis padres seguían dedicándose al tema de la naranja.
Nuestro siguiente destino fue Murcia. Íbamos ampliando horizontes.
Allí teníamos el consabido piso que nos cedían, como no, encima del almacén. Este estaba en una pedanía de Beniaján, pueblo murciano y esta pedanía era El Secano, situada a escasamente un kilómetro.
Yo me desplazaba todos los día a pie al colegio. No sé qué curso estudiaría, pues como os digo había terminado la primaria, pero bueno era cuestión de seguir en el colegio.
Por aquella edad y con los amigos que hice por allí, nos dedicábamos a jugar por el almacén, por los campos, coger fruta de los huertos. . . En una de estas, nos vio la guardia rural y tras darnos un buen susto, cogiéndonos la dirección, nos dejaron irnos, diciéndonos que ya hablarían con nuestros padres. Yo me pasé una buena temporada con el alma en vilo, esperando que vinieran a hablar con mis padres y creyendo que me iban encerrar para el resto de mis días.
Pero pronto se nos pasó el susto. Un día al salir del colegio, por la tarde, habiendo en el trayecto una palmera, de la que solíamos coger los chavales dátiles, nos pusimos a ello. Es que los críos no escarmentamos. Así que nos organizábamos; unos hurgaban con una caña y otros (yo entre ellos), íbamos recogiendo la dulce fruta que iba cayendo. El problema es que otros se organizaban de otra manera. Primero tiraban piedras a la palmera y luego recogían los dátiles que habían caído. Claro alguna piedra, subía pero no bajaba . . . no bajaba, en ese momento, hasta que otra pandilla se ponía a hurgar con la caña y caían los dátiles y alguna piedra. Y cayó una piedra mientras otros recogían del suelo la fruta. Y cayó sobre una cabeza. Y esa cabeza era la mía. Si hubiera ido a la guerra, creo que no llevaría en mi cuerpo tantas heridas como en una infancia feliz como la que pasé aunque creáis lo contrario, por todo lo que os cuento.
Bueno esta vez por lo menos no me dejaron solo.
Yo noté un buen golpe en la parte superior-trasera de la cabeza, vamos en la coronilla. En principio me cagué en los muertos de quien sujetaba la caña, pensando que se le había ido y me había dado en la cabeza, pero dejamos la discusión, en cuanto empecé a notar un líquido viscoso, que me resbalaba por la cabeza y el cuello, empapándome la camisa. Allí quedaron los dátiles, y salimos corriendo, no se sabe adonde. Una mujer que había por allí, nos dijo que el ambulatorio, no quedaba muy lejos y todavía recuerdo, cómo se quedó en la puerta de su casa, sin acompañarnos nadie, yendo nosotros por nuestro pie al la casa de socorro a que me curaran la nueva herida. Como en la vez anterior, la gente nos dejó pasar claro y allí estaba yo ofreciendo mi cabeza, para que me pusieran otras diez grapas en mi cuerpo, que junto las seis de la rodilla, me hacían parecer el jovencito Frankenstein, después de los sucesivos transplantes.
Y de la camilla de operaciones, a pata otra vez, sin que nadie nos acompañara tampoco, a dar la buena nueva a mis padres, recorriendo el kilómetro que nos separaba de mi casa. Vaya tiempos.
Entré en el almacén y me encontré con mi padre, pues mi madre ya se había subido al piso. Me vio con el esparadrapo en todo lo alto de la testa y se subió conmigo para decirle a mi madre: "ahí tienes a tu hijo con la cabeza abierta". Por poco se muere del susto la pobre mujer. Y menos mal que me vio de cuerpo presente.
Tras el accidente de mi padre, volvió a negociar con el Altísimo, para que se salvara y como esta vez el milagro era más grande, la compensación tuvo que ser también superior. Nada de una figurita, no. Novena completa al intermediario, que por lo visto fue San Martín de Porres, no me preguntéis por qué, con reparto de panecillos después de la procesión, al finalizar la novena y de propina una año entero, vistiendo hábito, o sea toda de negro con un cinturoncito.
Después de eso, no se ya si porque veía que la cosa de la negociación no funcionaba demasiado, o porque al verme ya fuera de peligro , de momento, se dejó de intercesiones, no hubo pago por las gracias recibidas, en forma de piedra sobre mi cabeza.
El resto de nuestra estancia, ya no deparó ninguna cosa de especial mención y al final de la temporada, nos volvimos al hogar dulce hogar, para emprender mi nueva etapa estudiantil, que sería unas de los mejores años de mi adolescencia, pronta a ser estrenada.

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