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martes, 2 de febrero de 2010

Algemesí

Pues como os decía, la familia Sorlí se va de viaje.
Estamos en el año 1959.
Otro que se va de viaje en el mundo es Fulgencio Batista, dictador de cuba, entrando en La Habana unos guerrilleros barbudos: Fidel Castro y "CHE" Guevara. Y hasta hoy. También huye en el Tíbet, invadido por China desde el 50, el Dalai Lama. Otros que se van, pero definitivamente, son el director Cecil B. De Mille y el actor Errol Flyn. Mientras tanto, triunfan en las pantallas, Marilyn Monroe, Jack Lemon y Tony Curtis "Con faldas y a lo loco". En Inglaterra se fabrica el primer "Mini" de Morris.
Por España, se publica en la prensa, que Franco ha pescado un cachalote, tras "nueve horas de lucha". Se inaugura ese año el Valle de los Caídos, no sé si por conmemorar lo del cachalote. (Nota: los caídos y mutilados, eran los fascistas. Los republicanos, eran putos cojos y tumbados en las cunetas).Se aprueba en España un Plan de Estabilización Económica y conseguimos otro Nobel, esta vez para Severo Ocho.
Nosotros, también teníamos nuestro plan de estabilización económica: mucho trabajo, mucho ahorro y muchas privaciones; pero para eso mi madre también era un genio y se merecía otro premio Nobel, el de economía.
El primer destino del que ya guardo recuerdos vívidos, es el de Algemesí. Como comprenderéis, hasta ahora me he valido de las anécdotas que contaban mis padres, pero ya voy empezando a tener conciencia y la personalidad de un chiquillo de cuatro años.
Pues bien lo bueno de que te contrataran como encargado de las compras de un almacén de "La Ribera", es que tenían trabajo todos los miembros de la familia (bueno yo no claro), y además te daban un piso para vivir, que solía estar encima del almacén; por tanto el único gasto, era la comida. Comprenderéis cómo estaba mi madre de contenta. Su mente era una procesión de pesetas, desfilando hacia el banco para pagar el pisito.
En Algemesí, el piso estaba efectivamente encima del almacén, con una escalera muy larga y que para no tener que subirla y bajarla muchas veces cuando llamaban, se ingeniaron un portero automático, a saber: una cuerda atada a la cerradura y que recorría toda la pared hasta la puerta de entrada. Genial. Y aprovechando la idea (y la cuerda), como yo tenía entonces cuatro años y apenas llegaba a los pomos de las puertas del piso, pues cuerdecita colgando para el niño.
Este piso, no fue en exclusiva, pues lo compartíamos con la familia del encargado del almacén, también de Burriana. Esta familia estaba compuesta por el matrimonio y dos hijas, algo mayores que yo.
A mí ya me llevaban al colegio, pues iba creciendo y se me había acabado el chollo de estar por casa dando la tabarra, aparte que como os decía mi madre también trabajaba en el almacén y no nos habíamos llevado detrás a ninguna de las dos abuelas/canguro.
Mi colegio estaba a unos quince minutos caminando del almacén/vivienda y todas las mañanas, mi madre me cogía de la mano para llevarme. Teníamos que atravesar las vías del tren con unas barreras de las antiguas, manuales y de las que colgaban unos hierros, para que la gente no cruzase por debajo. Yo tengo como un recuerdo, aunque no os podría asegurar que no lo soñé, pero lo he guardado siempre como vivencia, que una vez yendo al colegio con mi madre, con las prisas por pasar cuando se levantó la barrera, se me enganchó uno de esos hierros a la manga del babero y allá que iba para arriba la barrera y detrás mi brazo, hasta que mi madre bastante agobiada, consiguió desengancharme la manga.
Por aquella época, no me gustaba mucho ir al colegio, además de ser la primera vez y parece que encima era bastante llorón. Las madres de los demás niños me llamaban "cariñosamente" "el ploró" y decían que enseñaría a llorar a todos los niños del colegio.
Mi madre para endulzarme el trago me compraba todos los días una golosina, de una "paraeta" que había yendo al colegio. He dicho una golosina, pero debería decir "la" golosina.
La secuencia era la siguiente: mi madre con una prisa de los demonios, porque me tenía que dejar y volverse al trabajo, llevándome a rastras y llorando. Yo plantado delante de la "paraeta", con toda la exposición de chucherías, calculando, sopesando, comparando, (los minutos pasando, mi madre subiéndose por las paredes) y al final me decidía por un avioncito de plástico transparente, lleno de anisetes, que era el mismo que había elegido el día anterior, después de todas las cavilaciones y el día anterior y el siguiente, pero para ello estaba todos los días plantado un tiempo que a mi madre se le debía de antojar eterno. No sé yo si no me engancharía ella la manga del babero en la barrera en un momento de desesperación.
Mi madre además de buena economista (mejor, ahorrista), siempre ha sido muy religiosa y siempre ha tenido vírgenes y santos a su alrededor (recordaréis que perdió unos zapatos en una romería). Pues bien quiso el destino, que tuviésemos delante del almacén una iglesia y que viniese un cura de las misiones, para hacer una novena, que como podéis imaginar, mi madre no iba a dejar pasar por alto. Mientras duró la novena, todas las mañanas, antes de ir al colegio, se ponían en funcionamiento los altavoces de la iglesia, todavía de noche, con una "cancioncita" (levántate perezoso, que ya llega la mañana y ha venido la Virgen que al rosario te llama, Ave, Ave Ave María. . . o algo así) y allá que íbamos mi madre y claro ("on va el poal, va la corda"), yo. Había que ganarse el cielo desde bien pequeño.
En cuanto la vida en el piso, lo llevábamos bastante bien entre las dos familias. Yo otra vez entre mujeres y siendo pequeño, os imagináis; el rey de la casa.
Las dos cabezas de familia ( no nos equivoquemos, siempre son ellas), se compenetraban perfectamente, pues si mi madre era ahorradora, su compañera más que ahorradora, ya era rrácana.
Aprovechaban y compraban un pollo para las dos familias, claro mi madre siempre acababa la semana con algo de carne y la otra no lo entendía, sin pensar que ellos eran cuatro a comer y nosotros dos y un cuartillo (el cuartillo era yo).
La economista de la otra familia, cuando hacía una tortilla, la hacía con un huevo y claro como era para cuatro, le añadía un poco de agua para que cundiese. Un día que se le debieron cruzar los cables, le puso a una de sus hija un huevo frito y la niña al verse el huevo entero en su plato, le preguntó a su madre: " ¿Mare este ou es tot pa mí?", por poco le sienta hasta mal.

Pues estos eran los planes de estabilización económico de la mayoría de los españoles de la época, pero mis padres, sobre todo mi madre, era feliz, viendo que sus sueños de tener un piso se iban cumpliendo.
Acabada la temporada, nos volvíamos a Burriana, a ver los progresos en el piso y a soñar con el día en que nos podríamos mudar a nuestra propia casa. Pero para ello, tendría que haber más viajes. . .

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